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No es mi hijo, es mi amigo.

Updated: May 2, 2022

Chill, recién te puedo escribir. No ha pasado ni un mes. Quiero que sepas que te pienso todos los días. Cuando manejo al trabajo, cuando paseo a Cafi, cuando voy a la casa de mis papás, cuando veo un perrito en redes, cuando veo otros perritos en el parque que se parecen en algo a ti. Aunque ninguno tiene tu mirada, la he buscado, pero no está. Tus ojitos, no sé como describirlos, pero los puedo imaginar. Es verdad que me esforcé en sacarte varias fotos porque en el fondo sabía que te ibas a ir pronto, y también porque perdí todas tus fotos cuando me robaron el celular. Recuerdo algunos videos y fotos que tenía tuyas, obligándote a mirar a la cámara, apretándote el pescuezo, siempre inquieto, sano. Hay una que te puse una manta azul claro sobre la cabeza, dejando ver tu cara y pareces una virgen. Es muy chistosa. Ya no la tengo, pero la tengo. Aquí, en mi cabeza. También hay días donde le escapo a tus fotos y otros en donde necesito verlas, y recordarte con ternura y por supuesto con pena. Hay una foto más reciente, te subí a la cama de mis papás y te cubrí con la manta y pareces un bebé y es DEMASIADO tierna. Me encanta. Me he dado cuenta que solo contigo me llegué a sentir un poco mamá, y es raro porque me conozco y no soy nada maternal, ni nada de bebés ni de niños, ni cursi ni consentidora, pero verte enfermo sacó un lado super distinto a mí que no conocía. Espero que pase con humanos también.


“Quisiera que hables, que me hables”. Pensaba a cada rato y me sentía tonta, un poco loca, pero supongo que es normal por la ansiedad y el estrés de no saber qué hacer contigo... seguir intentando y someterte a más procedimientos sabiendo lo nervioso que eres. Solo subirte a la mesa del veterinario era un parto, ponerte una aguja ni hablar. Siempre lo tuve claro, no deseaba causarte más estrés.


Sé que tenía más miedo por mí que por ti. Siempre le he temido a la muerte, nunca la he tenido demasiado cerca felizmente, y no hay nadie tan cercano (ni con la abuela siendo sincera), que me haya causado tanta pena y angustia. Es el vínculo. Fue todo tan rápido, de pronto un día empezaste a cojear, y al otro ya no querías comer… y en tres semanas o un mes, no lo sé, ya no eras tú, para nada. Nunca me he sentido la mejor dueña de mascotas, siempre pensé que podía dar un poco más, más paseos, más atención, más juego. Más tiempo. No te celebraba los cumpleaños como lo hacen otros dueños. La verdad apenas recordaba la fecha y el año en que los adopté. Nunca le di mucha importancia a eso. A veces, me sentí un poco mala, fría. Pero siempre estuve muy pendiente de tí. Quizá, solo soy una persona un poco egoísta. Sí, lo soy.

***

Un día, al verte mal, tuve muy claro que no podía aplazar más la decisión, me sentía confiada y segura. Rápidamente, volvía a repasar los distintos diagnósticos, dudaba de lo que me dijo tal o cual veterinario, quizá no estoy haciendo todo lo que puedo… o quizá, como en las novelas de ficción, un buen día, de milagro… te empiezas a sentir mejor… o quizá no.

Todavía filosófo un poco pensando dónde estás. ¿Hay algo aún vivo en ti? ¿En algún plano? ¿Algo mínimamente consciente? Cómo es que eras materia y ahora solo… polvo. Cómo te tuve tantos minutos frente a mí, dormido, inconsciente y luego, sin vida. Cómo logré abrazarte así y no entré en pánico, en shock. No noté la diferencia de tenerte aquí con nosotros y luego, de pronto, ya no. ¿Te diste cuenta que te estabas yendo? No puedo parar de llorar. Mi amiga Jimena me dijo que el dolor se irá transformando. Tampoco puedo dejar de pensar en cómo se siente perder a un papá, a una mamá, a un hermano. Au, au, au.


***

Quiero que sea 2023. Siento que este no ha sido ni será un buen año. No solo por tu partida, por otras cosas más. Me siento pesimista, más de lo normal. Estas semanas también han pasado cosas. Una señora me detuvo en la calle porque vio un perro perdido y me pidió que la ayude a buscar al dueño. No sé, nunca me pasó. Unos días despúes, un domingo por la mañana, muy temprano, regresando de pasear a Cafi vi un charco gigante de sangre en medio de la pista. Unos metros más allá, un perro, como un poodle yacía en la vereda, muerto. El hocico lleno de sangre. Un señor decía que lo habían atropellado y que el conductor se había fugado.


***

Muchas veces renegué de tu personalidad y te comparé con Cafi. Ella no ladra nunca, no se mecha, no te jala, no te araña, no te rasca la puerta, no te insiste con la pata por comida, no caga raro. Son totalmente opuestos. Aun así, siempre fuiste mi engreído. Ahora sé que los papás sí tienen sus favoritos, siempre lo supe. Como cuando te enamoras del chico malo, del que te hace cosas feas o te hace llorar pero no lo puedes evitar. En fin, no sé si es buena la comparación. Es cursi, eso sí. Siempre dije que Cafi y tú eran mis amigos, aunque la típica es que a los dueños se les trate como si fueran los papás. A mí no me gustaba. A mí me gustaba pensar que eran mis amigos, porque yo los elegí. A los amigos los eliges. Más que adoptarlos, los escogí o me eligieron a mí. Da igual. Además, sentirme mamá me da un poco de cosa. Me imagino a esas viejas demasiado obsesionadas con sus gatos o chihuahuas y pufila. Cuando te registraban en la veterinaria y decían “Chill Enriquez”, dentro de mí siempre pensaba: “Pero no puede ser Enriquez porque es mi amigo, no mi hijo. ¿Cómo le digo a la señorita de la recepción? No es Enriquez. Es Chill, es mi amigo. Pero no sé su apellido. ¿Cuál sería tu apellido? Es Chill, solo Chill. Nada más. Es un perro. No tiene apellido y punto. Solo báñelo e intente cortarle las uñas, aunque no se deje. ¡Chau Chill!”.


Siento que podría escribir tantas cosas de ti, que te conocí mucho, aunque te adopté ya de grande. Te recuerdo echado en la puerta del edificio de mis papás, junto a Cafi. Te habían dejado con una ropa naranja estridente. Se te sentía tranquilo, sereno. Pero yo te vi, tremendamente indefenso. Se me partió el corazón. Los subí al departamento por unas noches y se quedaron. Tu historia… tu nombre… llegaste con él, ya te conocían, son cosas curiosas que me hacen pensar que todo tenía que ser y darse como se dio, y eso me da un poco de tranquilidad.

***

Paréntesis. Hay algo en los perros que no lo veo ni lo he visto en nada ni nadie más, en todos los perros sin excepción. Son como una especie superdotada, infinitamente inocentes, ingenuos, reales, sanos. Y qué injusticia que necesiten de nosotros los seres humanos, que la cagamos todo el tiempo. Y al mismo tiempo, siento que los perros son la especie más humana, pero humano en el buen sentido, en que tienen la capacidad de expresar tantas emociones. Yo creo que hay un amor incondicional y muy particular en ustedes. Por ejemplo, existe el amor romántico, el amor pasional, el amor propio, el amor amical, el amor de madre… pero también “el amor perro”. Amar como perro. ¡Ama como perro! Eso tendríamos que hacer.


***

La relación o la opinión que tengo de mi papá es errática siempre. Él hace cosas con tanto amor y quiere tanto, que hace que lo ame mucho, pero luego hace y dice otras que hacen mucho daño. Y no lo entiendo, y duele. El día que iban a dejar tus cenizas yo no me encontraba en casa, pero él sí. Le pedí que estuviera atento y que las reciba. Me preocupaba que Maxi (mi sobrino de 4 años) se ponga a jugar, saltar y correr como siempre y rompa o bote algo. Un poco antes del mediodía, mientras yo estaba en el trabajo mi papá manda unas fotos en el whatsapp familiar mostrando una cajita de madera. La cajita tenía al lado una vela y un ramito de flores. Eras tú. Dijo que te había velado y orado. No me lo esperaba. En ese momento lo quise mucho, mucho. Sobre todo, porque él no estuvo muy presente o, mejor dicho, no se comportó como hubiera esperado en el momento de la eutanasia en casa. Recuerdo que me generó un poco de pena, cólera, decepción, no sé. Lo sentí ajeno. Y yo quería que todos estuviéramos al 100% contigo. Que te velara y te despidiera a su forma, me hizo sentir que era una forma de decirme que estaba conmigo y sabía lo importante y doloroso que había sido todo para mí. Y que tú eras igualmente especial para él. Debo confesar que incluso muchas veces yo misma me sentí rara y dramática por sentirme terriblemente desolada, pensaba: “bueno las mascotas se tienen que ir en algún momento, quizá estás exagerando un poquito…”. No lo sé, como si el dolor que sentía tenía que ser validado acorde a la especie. Si es animal, bueno, sí duele, puedes llorar… un poco, pero si es un ser humano duele mucho más. Pensamientos tontos pero reales.


Regreso a mi papá. La relación que tenía él contigo fue siempre particular y especial, como siempre es mi papá. De alguna u otra forma todos los perros que hemos tenido en casa se han pegado muchísimo a él, como si fuera un abuelo que los engríe, algo así. Siempre te daba comida por debajo de la mesa. Si fuera por él te daba bistec con papas fritas. Aunque eso te matara para él era quererte, engreírte. Siempre he pensado que si mi papá fuera un animal sería definitivamente un perro. No cualquier perro. Uno de esos grandes, robustos, bonachones, toscos, torpes pero también inteligentes, juguetones, insoportables… Esos con los que no hay forma que te molestes por mucho tiempo así la caguen. Como Vion, su perro. El primer perro que yo recuerdo. Un pastor alemán.


A través de ti, también he valorado lo incondicional que es mi mamá, ella sí fue tu mamá, se hizo cargo de ti cuando yo me llevé a Cafi a vivir conmigo porque estaba muy gorda. Por mi papá…Por cierto, sigue obesa. No he logrado mucho. Mi mamá me demostró siempre que haría cualquier cosa para aliviar mi preocupación, mi estrés, mi ansiedad. Y tus últimos días, no fueron la excepción. Es mi compañera, siempre estoy primero yo que ella. No entiende de egoísmos. No conoce esa palabra. Ella solo da. Solo puede amarnos, a mí y a mi hermano. Es alucinante. Y hasta molesto por momentos, pero lo bien que nos hace. Así que no está permitido quejarse. Como era lógico, ella se volvió tu favorita. Recuerdo cómo te ponías cuando salíamos a pasear con ella, te aventabas, siempre de manera muy tosca y ansiosa sobre ella. La arañabas, la mordías, la jalabas más que a cualquiera. Ella sí tenía la paciencia y el amor para prepararte comida rica, casera. Yo siempre lo más fácil, abrir bolsa, cerrar bolsa, plato, agua. Ya está. Ella se sopló darte toda la medicación todos los días, y aún así yo me estresé con ella. Y no dijo nada. Solo entendió mi estrés de saber y asegurarme que tenías que tomar tal o cual pastilla, la jeringa, el jarabe, las gotas, las bolsas de hielo, todo al pie de la letra sino en mi mente, pensaba que el tratamiento podía no resultar. Y bueno, no resultó. Y no fue por ella ni por mí, ni por lo médicos. Fue la enfermedad. El cáncer. 16 de abril. El cáaaancer. La cadera. El hueso. El nervio ciático. El cáncer. Perdona, los pensamientos se me mezclan. 16 de abril. 3 de la tarde. Tengo que asistir a una clase por Zoom. Comprarte bien temprano lo que más te gusta. ¿Comerás? “No puedo prender la cámara profe, disculpe”. Sábado. Pienso en Verónica, la veterinaria. ¿Cómo será? ¿Joven? En mamá acompañándome, hablándome esas últimas noches. Te salió una mancha. Una fuerte presión en el centro del pecho. Me hundo, pero estoy de pie. Es gigante y roja, muy roja. ¿Por qué? Pienso en Claudia, la otra veterinaria. Un hematóma. Hay que sacar la plata del banco. Semana Santa. Ricardo, el traumatólogo. Concretar la transferencia. No hice la tomografía. El último paseo. ¿Cómo debería ser? Solo paliativos. ¿El último? Aceite de cannabis. Avisarle a Juan, tu paseador. ¿Para perros es lo mismo que para humanos? A la veterinaria donde te bañan. No saben nada. “Solo no quiero que lo metan a un congelador, por favor". Alistar a Cafi. Contarle a Candela. Duermo contigo en el sofá de la sala. No puedo parar de observarte. Quiero que te sientas acompañado, querido. Más, un poquito más. Tampoco puedo estirar las piernas. Te puedo hacer daño. ¿Qué estarás pensando? ¿Quieres dormir conmigo o con mis papás? ¿Pensará? Te levantas en la madrugada. Te siento. Vas y te orinas en la cocina. Mucho. Cholo-cholito. ¿Qué sientes? Tomas mucha agua, pero no comes. Tampoco puedes hacer popo. ¿Te duele? ¿Cuánto te duele? ¿Tienes frío, calor? ¿Ya te quieres ir? Una señal.

Los pensamientos se mezclan.


***

Chill, por ahora es difícil recordarte sin tristeza, quisiera abrazarte una vez más, verte en el balcón de casa observando el mar por un buen rato, y hablarte como si realmente me entendieras y decirte que eres un perro muy guapo para engreírte, que eres mi Chilaberto, mi Princeso Chill.





1 de mayo, 2022

 
 
 

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